miércoles, 12 de junio de 2013

Fidelidad

De pronto se acordó de que aquel hombre que veía todas las tardes al salir del colegio cuando no era verano. El hombre tenía un perro.
El perro era pequeño, delgaducho y hambriento. Y no tenía nombre; "chucho" le llamaba su dueño, únicamente. El hombre era grandote, sucio y sin afeitar. Siempre estaba borracho, decía palabrotas y pegaba al perro cuando estaba enfadado, que era a todas horas. "Vete maldito chucho", le decía dándole una patada, y el perro se alejaba unos pasos, pero nunca se iba.
Aquel hombre tenía tanto vino en su cuerpo que a veces se caía en medio de la calle. El perro entonces, acudía a lamerle las manos y la cara, y se ponía nervioso y aullaba tristemente si no se levantaba; y se echaba delante de su amo caído por si venía un coche,  y gruñía furioso y enseñaba los dientes cuando oía que algún niño le gritaba "¡borracho!".

Quique no comprendía por qué aquel perro defendía al borracho si él lo trataba mal. Un día le preguntó a papá.

-Porque es su amo, Quique -le respondió su padre.
-Pero es malo y le pega.
-Los perros nunca piensan si sus dueños son buenos o son malos: los quieren y ya está, les dan igual cómo sean.

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